Este es el discurso íntegro del presidente de la Ciudad en el acto celebrado este tarde en la Plaza de las Culturas para entregar las Medallas de Oro al personal sanitario y a Carlota Leret.
«No podría comenzar este discurso sin transmitir, en primer lugar, el agradecimiento más sincero a tanto esfuerzo, tanta abnegación, tanto cariño de quienes han estado, están y seguirán estando en la primera línea de lucha contra el maldito COVID-19.
En el hospital, en los centros de salud y en las residencias de mayores, aun sabiendo que no habrá aplausos y palabras suficientes para igualar la labor realizada desde que comenzó esta pandemia.Como presidente era un deber moral del Gobierno hacer un reconocimiento público aquí y ahora a todas esas manos, mentes y corazones que hicieron y siguen haciendo de escudo incansable contra el virus. Unas manos amigas que luego, sin embargo, al llegar a casa, evitaban por miedo el abrazo a una madre a un hijo o a un nieto.
El pasado día 17 se conmemoraron los 523 años de nuestra españolidad y queríamos conjugarlo con el reconocimiento a vosotros y también a Carlota Leret O´Neill.
Las circunstancias por las que atravesamos no pueden eclipsar la huella imborrable que dejo entre nosotros los padres de Carlota Leret O’Neill, Loti, como la llamaban de niña. Hace muchos años, llegó a mis manos y leí con atención el libro que escribió Doña Carlota O´Neill, la madre de Carlota Leret O´Neill, y que aún conservo: “Una mujer en la guerra de España” y que dedicó a su marido: «Virgilio Leret Ruiz era mi marido. Capitán aviador. Piloto y observador de aeroplano, con título internacional de aviador civil. Ingeniero civil aeronáutico. A él dedico este libro”.
Carlota, su marido y sus dos hijas llegaron a primeros de julio a Melilla y el 23 de julio de 1936 a él lo fusilaron y a ella la ingresaron en la cárcel de Victoria Grande. Tras cuatro años le llegó la libertad, cogió el barco y se marchó para siempre. Y todo se fue, como en los sueños. Así termina su libro.
Hace un año, en un atril muy parecido a este, dije que los miembros del nuevo Gobierno teníamos por delante el reto de ser conscientes de nuestras diferencias e implacables con quienes pretenden hacer del caos un modelo de sociedad. Para algunos la batalla partidista está por encima de lo que importa ahora: la batalla epidemiológica y la salud de los melillenses. Hoy, después de un año convulso en lo político y convivir durante meses con la peor pandemia del último siglo, me sigo ratificando en ese mismo deseo, y me pregunto —y os pregunto— qué más tiene que ocurrirnos para que nos demos cuenta de que, como decía Juan Rulfo, “o nos salvamos unidos, o nos hundimos por separado”. Este Gobierno, como todos los demás, nos hemos enfrentado y nos seguimos enfrentando a una pandemia desconocida en el mundo entero. En una carrera constante contra el tiempo, pero con el compromiso sincero de superar esta pandemia. Más allá de siglas políticas e intereses partidistas. Anteponiendo la salud a todo lo demás. Ojalá nada de esto hubiera ocurrido y la felicidad fuera plena. Pero hoy somos cuatro melillenses menos por culpa del virus, y eso tiene que hacernos recapacitar a todos.
El COVID-19 nos ha enseñado que no podemos bajar la guardia ni un solo minuto e insisto, porque así lo siento, en esto no caben luchas partidistas. La guerra contra este virus la vamos a ganar, aunque no sabemos nadie, ni médicos, ni científicos, cuándo. Pero una cosa está clara, será luchando juntos, sumando y no dividendo, ayudando y no restando. Con responsabilidad individual para garantizar la seguridad colectiva. Esto es lo importante, lo crucial. A lo largo de su historia, Melilla ha vivido situaciones comprometidas. Ha festejado triunfos y honores, y ha lamentado también derrotas y calamidades. Pero fuimos capaces de superarlas. Hoy son parte de las crónicas y es, entre otras características, la resiliencia la que nos ha traído hasta aquí y la que nos guiará siempre para que Melilla esté en todo momento en el lugar que merece.
Debemos mantener la mirada puesta en los ciudadanos. Seguir el ejemplo de nuestros sanitarios que han vivido las jornadas más difíciles guarecidos tras unas mascarillas, unos guantes, unas gafas y unas batas desechables, tras unos EPIs y, aún así, expuestos completamente a un virus que vino para destruir nuestras vidas.
Tenemos que aprender de su vocación hipocrática, que no busca recompensa ni foco. De su entrega desinteresada. De su compromiso, aunque aún no exista la cura, consciente de que una mirada, una sonrisa, una caricia, mejora a veces el estado de un paciente. Y en esto incluyo a la oposición, a la que una vez más tiendo la mano, porque el discurso del miedo solo genera ruptura y división y porque la política es diálogo. Pero el diálogo no se construye sobre el insulto, sobre el barro, ni buscando rédito político de esta grave situación que sufrimos. A los ciudadanos esto no les interesa y a los servidores públicos que estamos preocupados por servir al ciudadano tampoco nos interesa. Aprendamos -por tanto- de ellos, de nuestros sanitarios, de los trabajadores sociosanitarios, de todos los trabajadores que en esta pandemia se han revelado como esenciales y que han sabido superar las dificultades para hacer frente al virus. De corazón, gracias.
Melilla tiene muchos retos aunque el virus nos eclipse, pero no os quepa la menor duda de que los estamos afrontando. Que la tolerancia, el respeto en la calle y en las redes sea la brújula de todos cuantos queremos lo mejor para Melilla.
Vivimos tiempos de duelo y polarización. Tiempos en los que ningún credo ni ninguna ideología deben prevalecer sobre el dolor de quien sufre la enfermedad o tiene a algún familiar contagiado. Todos, sociedad civil y políticos, necesitamos esa vacuna. Sé que es difícil. Solo nos tenemos a nosotros. Ningún cambio de este calado se completa en un solo año, pero las metas ya están fijadas.
Como presidente de la Ciudad asumo en primera persona mis errores, pero no los de otros. No me falta valor para reconocer aquello que debemos corregir, y no me falta ni me faltará coraje para asumir los desafíos que tenemos. El Gobierno que tengo el honor de presidir seguirá trabajando duro para corresponder a la ilusión y a la confianza que la gente depositó en nosotros, cambiando el ‘nosotros’ por ‘vosotros’, porque no hay otro camino. El camino no es volver al pasado. La labor del un gobierno es la de sumar. Y sumar significa aunar todas las sensibilidades para un objetivo común: el bienestar de todos los melillenses.
El Gobierno que represento es, sin duda, el más claro ejemplo de la diversidad que caracteriza a Melilla. Diversidad que une diferentes sensibilidades, distintas maneras de sentir y opiniones a veces diversas. Pero ahí reside precisamente la grandeza de este Gobierno. Porque al amparo de la certeza de que somos una sola comunidad de ciudadanos, la acción de nuestra gestión como responsables públicos alcanzará cada día a una mayor parte de los melillenses. No basta con proclamar la convivencia. La convivencia nace cada día y cada día hay que alimentarla con la justicia social y la protección de los valores básicos. Dignidad, honradez y compasión cimientan esa convivencia a la que debemos aspirar. Nada de esto se consigue sin incluir a quien difiere, sin atender a quien disiente. Ese es nuestro propósito, esa es nuestra brújula. En este día de celebración enturbiada por el COVID, termino como empecé. Apelando a los héroes que ponen luz en los momentos de más oscuridad, para que su ejemplo también nos ilumine y nos haga mejores. Pero también apelando a la responsabilidad de todos, porque en todos nosotros sin excepción está la solución. Aunque todavía no haya cura y la única vacuna que tengamos sea el compromiso de seguir trabajando por todos, para todos, cada día y hasta el último día.
Dejadme que acabe con un recuerdo entrañable, para quien fue nuestro alcalde Gonzalo Hernández. El respeto a su memoria es lo mínimo que se puede exigir incluso a quien no la respeta. Muchas gracias, melillenses».
Imagen CAM