Guelaya denuncia que en los últimos meses ha aumentado el número de zonas en Melilla en las que se practica la caza de pajarillos con pegamento, “la más cruel y, a la vez, la más discreta de las modalidades de caza furtiva”.
Se indica que es una caza discreta porque bastan unas ramas de cardos secos impregnadas en pegamento “y algunos cacharros con agua en algún lugar oculto de la periferia”. El objetivo son los jilgueros, “ya que se pagan cifras muy altas por un ejemplar silvestre”. “El precio no deja de subir y ha entrado en un bucle pernicioso, pues cuanto más se caza es más escaso, y cuanto más escaso más elevado es su precio y más rentable es su caza. La razón de que esta especie, el jilguero, esté tan solicitada es esa maldita manía de querer escuchar su canto (más bien su lamento) cuando están encerrados. Un despropósito al que algunos siguen llamando tradición, pero lo cierto es que la caza de pajarillos se prohibió por fin hace algunos años y las multas son muy elevadas, por eso los furtivos prefieren pasar desapercibidos”, explica Manuel Soria.
“Pero el pegamento no es selectivo y todas las especies están expuestas a sus crueles consecuencias”. Se apunta que, una vez que se seca, el pegamento deja el plumaje totalmente inservible y que las consecuencias con las aves más pequeñas son “especialmente crueles”, pues son muchos los pajarillos que escapan con el plumaje impregnado y mueren poco después.
Guelaya pide la implicación de todas las instituciones de Melilla para acabar con este aumento de la caza furtiva y luchar por la erradicación de esta práctica cruel “que en la ciudad es una auténtica lacra”.